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Cuando la fatalidad toca a tu puerta - (III Parte)



Superando los adioses


“Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: tiempo de nacer, y tiempo de morir… tiempo de llorar, y tiempo de reír…”

Los adioses forman parte de la vida, como las estaciones son parte del año.


El ciclo de la vida sigue su curso indefectiblemente a lo largo de nuestra existencia y las despedidas forman parte de ella y aunque nos golpean duramente, podemos ser sanados. Nuestro espíritu tiene el maravilloso poder de sobreponerse a ello.


Cuando un mediodía me avisaron del accidente en que mi padre había perdido su vida, el dolor fue indescriptible, quebró mi alma completamente. Todo mi ser se conmovió. Deseé que hubiese sido un error. Quedé sin aliento pero a pesar de ese adiós sin habernos dicho “adiós” sentí un profundo amor que me abrazaba y contenía. Sentía que no estaba sola, aunque en ese momento no entendía esa extraña sensación mezcla de amor y paz que me contenía, me abrazaba. Fue con el pasar del tiempo que entendí que el amor incondicional y protector del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo fueron los que me infundieron las fuerzas necesarias para sobrellevar ese oscuro tiempo.


Jesús mismo en su vida terrenal pasó por adioses y lloró varias pérdidas. Cuando Jesús se enteró de la muerte de su primo Juan, necesitó tiempo para superar el dolor de ese buen hombre a quien respetaba tanto y de quien él dijo: “En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista…” (Mateo 11:11). Al recibir la noticia, Jesús “…se retiró de allí en una barca, solo, a un lugar desierto…” (Mateo 14:13). Lágrimas de adiós habrán brotado del corazón de Jesús mientras padecía la pérdida de su querido primo.


También existieron otros momentos en los cuales tuvo que dejar que el dolor lo sacudiera internamente como en el caso de su amigo Lázaro, el hermano de María y Marta. Jesús “…se conmovió profundamente en el espíritu, y se entristeció y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Le dijeron*: Señor, ven y ve. Jesús lloró.” (Juan 11:33-35).


El intervalo entre la muerte y la resurrección se describe y compara (más de cincuenta veces) en la Biblia como un “sueño”. Jesús mismo en (Juan11:11-14) compara la muerte con un sueño “…y después de esto añadió (Jesús): nuestro amigo Lázaro se ha dormido; voy a despertarlo. Los discípulos entonces le dijeron: Señor, si se ha dormido, se recuperará. Pero Jesús había hablado de la muerte de Lázaro, mas ellos creyeron que hablaba literalmente del sueño. Entonces Jesús, por eso, les dijo claramente: Lázaro ha muerto…”


La humanidad sigue cuestionando la muerte. Algunos piensan que todo se termina aquí y ahora, más otros, la gente de fe, sabemos que no todo se termina aquí, sino que hay un nuevo comienzo y una nueva vida y un nuevo renacer en Cristo Jesús luego de la muerte. Es simplemente el umbral que hay que atravesar (aunque muchas veces sea doloroso) a la nueva vida. Aceptar el “adiós” es comprender que es una transición de una etapa a otra; la de la vida eterna.


Aceptar y vivir nuestro dolor es útil reconocerlo. Comenzamos a concientizar el dolor como una parte natural de nuestra humanidad y de nuestro camino interior. Solo después de haber admitido nuestras pérdidas y de haber reconocido el dolor inherente a esos adioses, estamos en condiciones de continuar el camino del autocrecimiento y podremos amar más a los otros a través de la compasión.


Con la ayuda de Dios aprenderemos a transitar por esta vida aceptando el “adiós” y esperanzados en la nueva etapa que luego sobrevendrá.


Continuará en la (IV Parte) – “Tiempo de esperanza”

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