
Curso
"Cómo Interpretar la Biblia"
- Curso actualizado y ampliado -
Estudio
Los Tres Estados de la Vida
del Ser Humano
Estado Presente, Estado Intermedio y Estado Final


Introducción
Introducción
1ra. Serie
1-A
1-B
1-C
Estado Presente
Estado Intermedio
Estado
Final
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Serie
Esfuérzate y Sé Valiente
Un Llamado a la Acción y a la Obediencia
Basado en el Libro de Josué





Resumen de los Temas:
Introducción
La vida cristiana no es un camino pasivo; es una jornada de fe, esfuerzo y obediencia que requiere valentía para abrazar las promesas de Dios y actuar en consecuencia. En esta serie titulada “Esfuérzate y Sé Valiente”, basada en el libro de Josué, exploraremos cómo Dios llama a Su pueblo a confiar en Sus promesas mientras actúan con determinación y fidelidad.
Josué, sucesor de Moisés, enfrentó el desafío de liderar a Israel hacia la tierra prometida, pero esa promesa divina requería acción: la conquista de Canaán. Al igual que Israel, nosotros también enfrentamos desafíos en los que confiar en Dios y actuar con valentía es indispensable. A lo largo de cinco partes, reflexionaremos sobre cómo la obediencia a Su palabra y la dependencia de Su poder sobrenatural son esenciales para caminar en victoria.
Primera Parte
“La Promesa Está, Pero la Conquista es Necesaria”
Texto base: Josué 1:6-9
El capítulo 1 de Josué nos muestra un momento crucial en la historia del pueblo de Israel: después de generaciones de espera, estaban a punto de entrar en la tierra prometida. Sin embargo, la promesa no implicaba que recibirían la bendición sin esfuerzo. Dios dejó claro que la victoria dependía de tres elementos fundamentales: la obediencia al pacto, la valentía en la acción y la dependencia total de Su poder.
Dios respaldó a Josué como líder con las poderosas palabras: “Como estuve con Moisés, estaré contigo” (Josué 1:5). Este respaldo no era solo una declaración de ánimo, sino una promesa de que el mismo Dios que abrió el Mar Rojo estaría con ellos en cada batalla. Sin embargo, Israel debía cumplir condiciones claras: meditar, actuar y obedecer la Ley de Moisés.
Al igual que Israel tuvo que cruzar el Jordán y rodear Jericó con fe y obediencia, nosotros también debemos conquistar los desafíos que Dios pone frente a nosotros. Confiar en Su promesa es el primer paso, pero tomar acción y cumplir Su voluntad es la clave para experimentar la victoria y dar a Dios toda la gloria.
Antes de morir, Moisés (Deuteronomio 34:7) llamó a Josué, su servidor e hijo de Nun, y en presencia de todo Israel lo dejó a cargo para que guiase al pueblo hacia la tierra prometida, aquella que fluía leche y miel (Números 14:8). Por generaciones, los israelitas habían guardado la esperanza de recibir la herencia que Dios juró a Abraham y sus descendientes (Génesis 15). Ahora, bajo el liderazgo de Josué, la nación se encuentra a las puertas de Canaán. Sin embargo, el simple hecho de contar con la promesa de que Dios les entregaría la tierra no significaba recibir la bendición sin esfuerzo.
El mensaje era más que claro: la promesa divina estaba vigente, pero era necesario actuar; en otras palabras, “había que conquistar”. La victoria no se daría por sí sola. La victoria dependía de la obediencia al pacto, la valentía en la acción y la plena dependencia del poder sobrenatural de Dios.
Dios mismo confirmó la legitimidad y autoridad del liderazgo de Josué, sucesor de Moisés, con las palabras: “…como estuve con Moisés, estaré contigo…” (Josué 1:5). Este respaldo divino no fue solo una declaración de buena voluntad; significó que Dios pelearía al lado de Israel con Su poder sobrenatural. En el contexto de la guerra santa en el Antiguo Testamento, la expresión “estoy con vosotros” implicaba que el Señor de los ejércitos conducía la batalla, asegurando el triunfo (2 Crónicas 20:17). Con esta certeza, el pueblo no debía temer, sino obedecer y esforzarse, actuando con valentía (Josué 1:6-9).
Aunque la victoria estaba garantizada por la promesa de Dios, Israel necesitaba cumplir condiciones claras: meditar y obedecer la Ley de Moisés. Desde el principio, el Señor subrayó que el éxito en la conquista dependía de la fidelidad a Su palabra. El mandato “Esfuérzate y sé valiente” no era una simple exhortación, sino un llamado a alinearse con la voluntad divina. La ley, entregada a Moisés, constituía el criterio central para que Israel permaneciera bajo la bendición. Como se afirma en Josué 1:8, la meditación y obediencia a la Escritura eran la clave para prosperar en todo lo que emprendieran.
Este patrón se ve claramente en las primeras etapas de la conquista. La experiencia en Jericó (Josué 6) ilustra la fidelidad divina ante la obediencia del pueblo. Israel cruzó el Jordán de manera sobrenatural, confirmando que Dios actuaba a su favor. Luego, al rodear Jericó durante siete días y gritar al sonar las trompetas, los israelitas presenciaron un milagro: las murallas cayeron sin necesidad de tácticas militares humanas. Esta victoria no fue fruto de la astucia humana, sino del poder de Dios.
Además, la práctica de entregar todo lo conquistado a Dios —el llamado “herem” (חרם, en hebreo)— demostró que la gloria pertenecía exclusivamente al Señor, y no a la fuerza humana ni al botín de guerra. En otras palabras, “herem” implicaba consagrar o “poner bajo anatema” determinados bienes y personas, reservándolos para Dios. Esto significaba que, durante las guerras de conquista, Israel no tomaba el botín para su provecho, ni buscaba enriquecerse o adquirir esclavos, sino que dedicaba por completo los resultados de la victoria a Dios, ya fuera a través de su destrucción o de su uso exclusivo en el servicio divino. De esta manera, el “herem” reconocía la soberanía de Dios sobre todo lo que el pueblo obtenía y era un auténtico acto de adoración, reconociendo que el triunfo provenía del cielo.
Ejemplo Práctico para la Vida Actual:
Dios nos llama a tomar acción en los sueños, ministerios o cambios significativos que Él ha puesto en nuestros corazones. Aunque Su promesa de guiarnos está garantizada, necesitamos esforzarnos, prepararnos y caminar con fe y obediencia.
Imaginemos que Dios ha puesto en tu corazón el anhelo de iniciar un ministerio, un proyecto personal o un cambio significativo en tu vida. Sabes que Su promesa de guiarte y bendecirte está presente en Su Palabra. Sin embargo, esa meta no se alcanzará sin tu participación activa.
Debes “conquistar” el desafío: dar pasos concretos, trazar estrategias y establecer metas a corto, mediano y largo plazo, alineando tus acciones con los principios bíblicos. Así como Israel confió en Dios, obedeció Sus mandatos y actuó con valentía para ver las murallas de Jericó caer, tú también necesitas combinar fe y obediencia.
La conquista no es solo nuestra; el éxito glorifica a Dios y refleja Su poder en nuestra vida. Confiar en Su promesa es el primer paso, pero tomar acción y cumplir Su voluntad es la clave para experimentar la victoria y dar a Dios toda honra y gloria.
Segunda Parte
“La Fuerza de la Obediencia: El Pecado de Acán”
Texto base: Josué 7:1
“Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel”.
El libro de Josué subraya continuamente la importancia de la obediencia a los mandatos de Dios como la clave para la victoria y la bendición. Desde el inicio de su liderazgo, Josué fue instruido con claridad: “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas” (Josué 1:7). Este principio, tan esencial para el éxito en la conquista de Canaán, se puso a prueba en la historia del pecado de Acán, que ilustra los devastadores resultados de desobedecer la voluntad de Dios.
La obediencia como clave para la victoria
Dios había sido claro con Israel desde la entrega de la Ley a través de Moisés: las bendiciones y las victorias eran el resultado de caminar en obediencia. Durante la conquista de Jericó, el pueblo de Israel experimentó cómo Dios cumplió Su promesa, dándoles una victoria sobrenatural (Josué 6). Sin embargo, esta victoria estaba sujeta a una condición específica: todo lo conquistado debía ser consagrado a Dios como “herem” (Josué 6:17-19). Esta orden no solo era un acto de adoración, sino también un recordatorio de que la victoria pertenecía a Dios y no a los esfuerzos humanos.
En contraste, la siguiente batalla en Hai fue marcada por la desobediencia. Acán, movido por la codicia, tomó para sí lo que debía ser dedicado a Dios, rompiendo el pacto (Josué 7:1). Este acto individual de desobediencia no solo afectó a Acán, sino a toda la comunidad de Israel. Cuando enfrentaron a Hai, un enemigo aparentemente débil, Israel sufrió una humillante derrota. Treinta y seis hombres murieron, y el pueblo quedó desmoralizado (Josué 7:5). La razón fue clara: el pecado de uno había contaminado a toda la nación.[1]
El juicio sobre el pecado
Cuando Josué buscó a Dios en oración, el Señor reveló la causa del fracaso: “Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé…” (Josué 7:11). Esto demuestra que, ante los ojos de Dios, la desobediencia no es solo un acto individual; afecta a toda la comunidad de fe. En el caso de Acán, su pecado no solo deshonró a Dios, sino que puso en peligro el cumplimiento de las promesas divinas para Israel.
La solución para restaurar la relación con Dios fue enfrentar el pecado de manera directa. Después de que Acán confesó su transgresión, él, junto con su familia y sus posesiones, fueron eliminados del campamento (Josué 7:25-26). Aunque este juicio puede parecer severo, subraya la seriedad con la que Dios trata la desobediencia y el pecado deliberado.
La restauración a través de la obediencia
Después de purificar al pueblo, Israel fue nuevamente fortalecido por Dios para enfrentar a Hai. En esta ocasión, Josué recibió instrucciones específicas sobre cómo proceder, y el pueblo actuó en total obediencia (Josué 8:1-27). Con Dios a su lado, Israel obtuvo la victoria, reafirmando que el éxito proviene de la fidelidad al Señor.
La renovación del pacto en el Monte Ebal (Josué 8:30-35) marcó un nuevo comienzo para Israel. Este evento no solo celebró la victoria, sino que también sirvió como recordatorio de que la obediencia es la base para experimentar las bendiciones de Dios.
Ejemplo Práctico para la Vida Actual:
Imaginemos un equipo de trabajo en el que uno de los integrantes decide actuar de manera deshonesta, tomando algo que no le pertenece o trabajando de manera negligente. Este acto puede comprometer la reputación del equipo completo, generar desconfianza y retrasar los objetivos comunes. De manera similar, cuando desobedecemos a Dios, nuestras acciones pueden afectar a quienes nos rodean y obstaculizar Su obra.
Así como Israel tuvo que enfrentar el pecado de Acán para restaurar su relación con Dios, nosotros también debemos examinar nuestros corazones, arrepentirnos y buscar la restauración. Vivir en obediencia a Su palabra nos asegura caminar en bendición y ser instrumentos para Su gloria. La fuerza de la obediencia no solo trae paz personal, sino también armonía y éxito en nuestras comunidades, reflejando el carácter y la fidelidad de nuestro Dios.
[1] En la cultura de Israel durante la época del Antiguo Testamento, la responsabilidad colectiva era una norma común, especialmente en el contexto del pacto con Dios (Josué 7:11). Este principio, sin embargo, evolucionó hacia una responsabilidad individual en pasajes como Ezequiel 18:20.
Tercera Parte
“Esfuérzate y Sé Valiente”
Texto base: Josué 1:9
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas”.
Un llamado al compromiso y la perseverancia
La expresión “Esfuérzate y sé valiente” resuena en el libro de Josué como una declaración fundamental para quienes desean caminar en obediencia a Dios y cumplir su propósito divino. Este mandato no es solo un llamado a la acción, sino una invitación a perseverar en medio de los desafíos, confiando en la fidelidad de un Dios que nunca abandona a Su pueblo.
Desde el inicio de su misión, Josué enfrentó retos aparentemente insuperables. Cruzar el río Jordán, conquistar ciudades fortificadas como Jericó y liderar a un pueblo con un largo historial de desobediencia eran tareas monumentales. Sin embargo, el mandato divino no se centraba en las capacidades de Josué, sino en su disposición de confiar en el Señor y actuar con valentía.
El contexto del mandato
Cuando Dios dijo a Josué: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9), no se trataba de una sugerencia, sino de una orden directa. Esta declaración subrayó que el éxito no dependía de las circunstancias externas, sino de la presencia constante de Dios con su pueblo. La clave no estaba en evitar el temor, sino en enfrentarlo con la certeza de que Dios guiaba cada paso, Dios peleaba por ellos.
El valor como acto de fe
El valor que Dios demanda no consiste en la ausencia de temor, sino en la capacidad de avanzar y confiar en Dios a pesar de las circunstancias adversas. En el contexto de Josué, esto significó confiar en promesas que aún no habían sido cumplidas completamente. Cada paso hacia la tierra prometida era un acto de fe, respaldado por la palabra de un Dios inmutable. Hoy, ese mismo llamado aplica a nuestra vida diaria: actuar con fe cuando las circunstancias parecen desalentadoras y las promesas divinas aún no se materializan por completo.
Lecciones de la perseverancia
La perseverancia fue esencial en la travesía de Josué y del pueblo de Israel. El acto de rodear Jericó durante siete días, siguiendo instrucciones detalladas, es un ejemplo de obediencia paciente que trae resultados extraordinarios (Josué 6:3-5). Así también, en nuestra vida, la perseverancia en la oración, el estudio de la Palabra, el testimonio personal y la obediencia diaria producen frutos que glorifican a Dios.
La promesa de la presencia divina
La seguridad que Dios dio a Josué —“estaré contigo en dondequiera que vayas”— es igualmente relevante para los creyentes hoy. En un mundo lleno de incertidumbres y desafíos, Su presencia es nuestro refugio y fortaleza. Esto no significa que no enfrentemos dificultades, sino que nunca las enfrentaremos solos. La presencia de Dios transforma el temor en confianza y las pruebas en oportunidades para crecer en fe.
Ejemplo práctico para la vida actual
Imaginemos que Dios te ha llamado a liderar un proyecto en tu iglesia o comunidad, o quizá a tomar una decisión importante que cambiará el rumbo de tu vida. Es probable que enfrentes dudas, inseguridades o incluso oposición. Sin embargo, el mandato sigue siendo el mismo: esfuérzate y sé valiente. Recuerda que la valentía no es una cualidad innata, sino una respuesta de fe. Confía en la guía de Dios, apóyate en Su Palabra y avanza sabiendo que Su presencia te acompaña.
El llamado a esforzarse y ser valiente no fue exclusivo para Josué; es un mandato para todos los que desean caminar en los propósitos de Dios. En un mundo lleno de incertidumbres y retos, necesitamos responder con obediencia y fe, confiando en que Dios es fiel para cumplir Sus promesas. La victoria no depende de nuestra fuerza, sino de nuestra disposición para caminar en Su voluntad, sabiendo que Su presencia es nuestro mayor recurso.
¡Esfuérzate y sé valiente! Dios ya ha prometido estar contigo en cada paso del camino.
Cuarta Parte
“Medita en la Palabra y Actúa”
Texto base: Josué 1:8
“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.”
El llamado que Dios hace a Josué en este versículo es claro y poderoso: la meditación constante en Su Palabra y la acción conforme a ella son los pilares del éxito y la prosperidad bajo la perspectiva divina. Esta instrucción, dada a Josué mientras se preparaba para liderar al pueblo hacia la Tierra Prometida, tiene un eco profundo para nuestra vida hoy.
La importancia de meditar en la Palabra
La meditación en la Palabra de Dios implica más que una lectura superficial. Es un acto intencional de reflexión profunda, permitiendo que las Escrituras penetren en nuestro corazón y mente. La palabra hebrea usada para “meditar” es hagá, que también significa “repetir” o “murmurar”, hablar en voz baja o incluso “estudiar detenidamente”, indicando que se trata de un proceso continuo de recordar y declarar la Palabra.
En un mundo saturado de información y distracciones, meditar en la Escritura es como anclar nuestra mente en la verdad absoluta de Dios. Este acto no solo fortalece nuestra fe, sino que también renueva nuestro entendimiento y nos capacita para discernir la voluntad de Dios (Romanos 12:2).
La Palabra como guía para la acción
Dios no solo instruyó a Josué a meditar, sino también a actuar conforme a lo que estaba escrito. Esto subraya que la obediencia a la Palabra no es opcional; es el resultado natural de meditar en ella. Cuando internalizamos las Escrituras, nuestras decisiones, palabras y acciones comienzan a alinearse con los principios divinos.
La obediencia a la Palabra, sin embargo, no siempre será fácil. Requiere valentía, especialmente cuando nuestras decisiones contrarían las normas culturales o desafían nuestra zona de confort. Pero tal como Josué lo experimentó, la obediencia trae la promesa de la guía y provisión de Dios.
El fruto de la meditación y la acción
Josué 1:8 promete prosperidad y éxito a quienes meditan en la Palabra y actúan conforme a ella. Pero es crucial entender que la prosperidad mencionada aquí no se limita a bendiciones materiales. Se trata de una vida plena, en la que experimentamos la paz, la dirección y la presencia de Dios.
Por ejemplo, el Salmo 1:2-3 describe al hombre que medita en la ley de Dios como un árbol plantado junto a corrientes de agua, cuyo fruto llega en su tiempo y cuyas hojas no caen. Este cuadro simboliza una vida fructífera, firmemente arraigada en las promesas de Dios y capaz de soportar las tormentas de la vida.
Aplicación para nuestra vida diaria
Hoy, al igual que en los días de Josué, Dios nos llama a meditar en Su Palabra y a vivir en obediencia. Esto puede implicar:
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Dedicar un tiempo diario de devocional y reflexionar en la Palabra leída.
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Memorizar versículos clave para recordarlos en momentos de necesidad.
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Buscar oportunidades para aplicar los principios bíblicos en nuestras relaciones, decisiones y actividades cotidianas, recordando las palabras de Jesús a sus discípulos: “Me serán testigos” (Hechos 1:8), para enfatizar nuestro papel como reflejo de Su verdad en todos los ámbitos de la vida.
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Además, podemos usar las herramientas modernas, como aplicaciones bíblicas o estudios en grupo, para profundizar en nuestro conocimiento y compromiso con la Palabra.
Conclusión: Medita y actúa con valentía
El mandato de Dios a Josué en Josué 1:8 sigue siendo relevante para nosotros. Meditar en la Palabra nos prepara para enfrentar los desafíos con sabiduría y valentía, mientras que la acción obediente nos lleva a caminar en los propósitos de Dios.
Que nuestra oración sea: “Señor, ayúdame a meditar constantemente en Tu Palabra, a guardarla en mi corazón y a vivir en obediencia a Tus mandamientos. Que mis pasos sean guiados por Ti, para que mi vida sea un reflejo de Tu amor y Tu verdad.”
Dios nos llama a ser como Josué: valientes, obedientes y comprometidos con Su Palabra. Sigamos adelante, meditando y actuando, confiando en que Su presencia nos acompañará en cada paso del camino.
Quinta Última Parte
"La Victoria Está Asegurada, Pero La Gloria Es de Dios"
Texto base: Josué 4:24
“Para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días.”
Dios promete la victoria a Sus hijos, pero es importante recordar que esa victoria no es para nuestra exaltación personal, sino para la gloria de Su nombre. A lo largo de la Escritura, vemos cómo Dios actúa poderosamente a favor de Su pueblo, asegurándoles que el triunfo siempre está en Sus manos. Esta verdad nos anima a vivir con fe, pero también con humildad, reconociendo que toda la honra y la gloria pertenecen a Él.
La victoria es un regalo de Dios
El apóstol Pablo nos recuerda en 1 Corintios 15:57 que la victoria es un regalo, algo que Dios nos da a través de Jesucristo. Esto implica que no es por nuestros propios méritos, fuerzas o habilidades que vencemos, sino por Su gracia y poder.
El contexto de este versículo está en la victoria sobre el pecado y la muerte, lograda por medio de la resurrección de Cristo. Sin embargo, este principio también se aplica a las batallas cotidianas que enfrentamos. Cada vez que superamos pruebas, tentaciones o dificultades, es porque Dios está actuando en nosotros y a través de nosotros.
Vivir como testigos de Su victoria
Dios nos llama a vivir como testigos de Su victoria, proclamando Su poder y fidelidad. Esto no significa que no enfrentaremos luchas; al contrario, las pruebas son parte de nuestra vida cristiana (Juan 16:33). Sin embargo, enfrentamos esas pruebas con la certeza de que “…en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
Nuestra vida, entonces, debe reflejar Su victoria. Esto puede implicar:
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Testificar de cómo Dios nos ha ayudado en momentos difíciles.
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Vivir con gozo y esperanza, incluso en medio de las luchas.
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Alentar a otros a confiar en el poder y la gracia de Dios.
Aplicación para nuestra vida diaria
Para vivir esta verdad, podemos:
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Dedicar tiempo a la adoración, reconociendo que Dios es digno de toda gloria.
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Compartir nuestro testimonio con humildad, siempre apuntando a Cristo como la fuente de nuestra victoria.
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Pedir a Dios que nos ayude a mantener una actitud de dependencia y gratitud.
Conclusión: La victoria para Su gloria
En cada victoria, grande o pequeña, recordemos que Dios es el autor de nuestro triunfo. Que nuestras palabras y acciones siempre reflejen gratitud y exaltación hacia Él.
Que nuestra oración sea: “Señor, gracias por darme la victoria por medio de Jesucristo. Ayúdame a vivir como un testigo de Tu poder, y que toda la gloria y el honor sean para Ti, hoy y siempre. Amén.”
Dios nos llama a vivir con confianza en Su poder y con humildad en Su presencia. La victoria está asegurada, pero la gloria es y siempre será de Dios.
Serie
Viviendo en la luz de la verdad
Basado en 1 Tesalonicenses 5:15-22


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Orad sin cesar.
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Dad gracias en todo.
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No apaguéis al Espíritu.
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No menospreciéis las profecías.
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Examinadlo todo; retened lo bueno.
Introducción
La vida cristiana es un camino de fe y transformación. No se trata simplemente de adherirse a un conjunto de doctrinas, sino de vivir de manera que refleje el carácter de Cristo en cada pensamiento, palabra y acción. En su primera carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo ofrece una serie de exhortaciones que tocan directamente el corazón de la vida práctica del creyente.
Estos versículos (1 Tesalonicenses 5:15-22) no son solo consejos superficiales, sino principios profundos que desafían a todo cristiano a vivir de una manera que agrada a Dios, incluso en medio de las pruebas y conflictos. Cada uno de estos pasajes aborda aspectos cruciales de la vida diaria: cómo responder al mal, la importancia del gozo, la perseverancia en la oración, la gratitud, el cuidado del Espíritu Santo, el discernimiento, y la pureza.
A través de esta serie, te invito a meditar en cada uno de estos principios, permitiendo que el Espíritu Santo ilumine tu corazón y te guíe a vivir conforme a la voluntad de Dios. Que cada reflexión sea una oportunidad para examinar tu vida y acercarte más al Señor.
Primera Parte
“No pagues mal por mal y abstente del mal”
Texto base: 1 Tesalonicenses 5:15 y 22
“Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos... Absteneos de toda especie de mal”
El apóstol Pablo, en su primera carta a los Tesalonicenses, exhorta a los creyentes a vivir de manera que refleje el carácter de Cristo. En el versículo 15, Pablo les dice: "Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos." Aquí, Pablo establece un principio fundamental de la vida cristiana: la respuesta a la ofensa no debe ser la venganza, sino la bondad. Esta enseñanza refleja las palabras de Jesús en Mateo 5:44: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen." El cristiano es llamado a ser un pacificador, no un agente de discordia.
En el versículo 22, Pablo añade: "Absteneos de toda especie de mal." Esta exhortación es un llamado a la pureza y la santidad. No se trata solo de evitar el mal en su forma más evidente, sino también de apartarse de toda apariencia de maldad, de todo aquello que pueda comprometer el testimonio cristiano. Esto incluye las palabras, acciones y pensamientos. En un mundo que constantemente presiona hacia la conformidad, el creyente debe ser un ejemplo de integridad y rectitud.
La vida cristiana es un llamado a un estándar más alto. No se trata simplemente de evitar el mal, sino de ser activamente buenos, incluso cuando otros nos hacen daño. Sin embargo, reconocer esta verdad no significa que sea fácil. Perdonar a quienes nos ofenden puede ser extremadamente difícil, especialmente cuando la agresión ha sido grande. Como seres humanos, nuestra inclinación natural es reaccionar, tomar revancha o devolver el daño. Pero el Señor nos llama a algo diferente.
El apóstol Pablo enseña en Gálatas 5:22-23 que uno de los frutos del Espíritu es el dominio propio. Y ese dominio propio es esencial para no dejarnos llevar por la ira o el deseo de venganza. No somos nosotros quienes debemos hacer justicia por nuestra propia mano, sino que debemos confiar en que Dios, en Su soberanía, obrará a su tiempo y de la manera perfecta.
Debemos recordar las palabras de Jesús en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas 23:34). Incluso en Su momento más doloroso, Él mostró compasión y perdón.
Ante cualquier agravio o mal que hayamos sufrido, nos queda la opción más poderosa: orar. Orar por la situación, por la persona que nos ha ofendido, sabiendo que Dios escucha toda oración y que Él obrará, trayendo comprensión y arrepentimiento al corazón de quien haya actuado mal. La oración no solo transforma al ofensor, sino también a nosotros, moldeando nuestro corazón a la imagen de Cristo.
Hoy, te animo a examinar tu corazón. ¿Hay alguna situación en la que has respondido con maldad en lugar de bondad? ¿Estás permitiendo algo en tu vida que no refleja el carácter de Cristo? No olvides que el Señor está siempre dispuesto a perdonar y a darte la fuerza para vivir conforme a Su voluntad.
Oración
“Señor, ayúdame a ser un reflejo de Tu amor y bondad. Que mis palabras y acciones siempre sean un testimonio de Tu gracia. Límpiame de toda apariencia de mal y dame la sabiduría para vivir de manera santa y justa. En el precioso nombre de Jesús, amén.”
Segunda Parte
“Estad siempre gozosos”
Texto base: 1 Tesalonicenses 5:16
“Estad siempre gozosos."
La Biblia nos exhorta: “Estad siempre gozosos”. Sin embargo, a primera vista, esta instrucción parece difícil de cumplir. ¿Cómo podemos estar siempre gozosos cuando atravesamos dolor, pérdida o aflicción?
El ejemplo de Job es una poderosa enseñanza. Este hombre justo perdió todo lo que tenía: su familia, sus bienes, y hasta su salud. Sin embargo, a pesar de su profundo dolor, Job nunca culpó a Dios por su sufrimiento. Él entendió que, aunque no comprendía las razones de su prueba, Dios seguía siendo soberano y digno de confianza. “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. (Job 1:21).
En nuestra vida diaria, también enfrentamos situaciones que nos llenan de tristeza, angustia o dolor físico. No significa que siempre estemos sonriendo o que ignoremos la realidad del sufrimiento, pero sí podemos tener una certeza profunda: Dios está con nosotros en medio de cada prueba. Él no es el autor del mal, pero sí es nuestra fortaleza para superarlo.
El mundo fue creado por Dios en perfección y armonía, pero el pecado trajo consigo dolor, muerte y sufrimiento. No fue la voluntad original de Dios que la humanidad viviera en aflicción, pero Su amor permanece constante, y Su promesa de estar con nosotros jamás falla.
Sin embargo, como creyentes, no solo enfrentamos el dolor presente, sino que miramos hacia adelante con esperanza. Apocalipsis 21:4 nos asegura un tiempo maravilloso en el que “...no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. Esa es nuestra esperanza: la consumación de los tiempos, cuando el Reino de Dios será plenamente establecido. Mantengamos nuestra fe firme y esperemos con confianza en Su promesa.
Oración
Querido Padre celestial,
Te damos gracias porque, aun en medio del dolor y la dificultad, podemos encontrar gozo en Ti. Sabemos que nuestras pruebas no son eternas y que, aunque no comprendamos todos los porqués, podemos confiar en Tu amor y cuidado. Enséñanos a mantenernos gozosos, no porque ignoremos el sufrimiento, sino porque sabemos que Tú caminas a nuestro lado.
En el nombre de Jesús, amén.