top of page

Serie

Viviendo en la luz de la verdad

Basado en 1 Tesalonicenses 5:15-22
“Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos. Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal”.

Diapositiva1.JPG
Diapositiva4.JPG
Diapositiva2.JPG
Diapositiva7.JPG
Diapositiva5.JPG
Diapositiva3.JPG
Diapositiva6.JPG

Resumen de los Temas:

  1. No pagues mal por mal y abstente del mal.

  2. Estad siempre gozosos.

  3. Orad sin cesar.

  4. Dad gracias en todo.

  5. No apaguéis al Espíritu.

  6. No menospreciéis las profecías.

  7. Examinadlo todo; retened lo bueno.

Introducción

La vida cristiana es un camino de fe y transformación. No se trata simplemente de adherirse a un conjunto de doctrinas, sino de vivir de manera que refleje el carácter de Cristo en cada pensamiento, palabra y acción. En su primera carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo ofrece una serie de exhortaciones que tocan directamente el corazón de la vida práctica del creyente.

Estos versículos (1 Tesalonicenses 5:15-22) no son solo consejos superficiales, sino principios profundos que desafían a todo cristiano a vivir de una manera que agrada a Dios, incluso en medio de las pruebas y conflictos. Cada uno de estos pasajes aborda aspectos cruciales de la vida diaria: cómo responder al mal, la importancia del gozo, la perseverancia en la oración, la gratitud, el cuidado del Espíritu Santo, el discernimiento, y la pureza.

A través de esta serie, te invito a meditar en cada uno de estos principios, permitiendo que el Espíritu Santo ilumine tu corazón y te guíe a vivir conforme a la voluntad de Dios. Que cada reflexión sea una oportunidad para examinar tu vida y acercarte más al Señor.

Primera Parte

 “No pagues mal por mal y abstente del mal”

Texto base: 1 Tesalonicenses 5:15 y 22

“Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos... Absteneos de toda especie de mal”

El apóstol Pablo, en su primera carta a los Tesalonicenses, exhorta a los creyentes a vivir de manera que refleje el carácter de Cristo. En el versículo 15, Pablo les dice: "Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos." Aquí, Pablo establece un principio fundamental de la vida cristiana: la respuesta a la ofensa no debe ser la venganza, sino la bondad. Esta enseñanza refleja las palabras de Jesús en Mateo 5:44: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen." El cristiano es llamado a ser un pacificador, no un agente de discordia.

En el versículo 22, Pablo añade: "Absteneos de toda especie de mal." Esta exhortación es un llamado a la pureza y la santidad. No se trata solo de evitar el mal en su forma más evidente, sino también de apartarse de toda apariencia de maldad, de todo aquello que pueda comprometer el testimonio cristiano. Esto incluye las palabras, acciones y pensamientos. En un mundo que constantemente presiona hacia la conformidad, el creyente debe ser un ejemplo de integridad y rectitud.

La vida cristiana es un llamado a un estándar más alto. No se trata simplemente de evitar el mal, sino de ser activamente buenos, incluso cuando otros nos hacen daño. Sin embargo, reconocer esta verdad no significa que sea fácil. Perdonar a quienes nos ofenden puede ser extremadamente difícil, especialmente cuando la agresión ha sido grande. Como seres humanos, nuestra inclinación natural es reaccionar, tomar revancha o devolver el daño. Pero el Señor nos llama a algo diferente.

El apóstol Pablo enseña en Gálatas 5:22-23 que uno de los frutos del Espíritu es el dominio propio. Y ese dominio propio es esencial para no dejarnos llevar por la ira o el deseo de venganza. No somos nosotros quienes debemos hacer justicia por nuestra propia mano, sino que debemos confiar en que Dios, en Su soberanía, obrará a su tiempo y de la manera perfecta.

Debemos recordar las palabras de Jesús en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas 23:34). Incluso en Su momento más doloroso, Él mostró compasión y perdón.

Ante cualquier agravio o mal que hayamos sufrido, nos queda la opción más poderosa: orar. Orar por la situación, por la persona que nos ha ofendido, sabiendo que Dios escucha toda oración y que Él obrará, trayendo comprensión y arrepentimiento al corazón de quien haya actuado mal. La oración no solo transforma al ofensor, sino también a nosotros, moldeando nuestro corazón a la imagen de Cristo.

Hoy, te animo a examinar tu corazón. ¿Hay alguna situación en la que has respondido con maldad en lugar de bondad? ¿Estás permitiendo algo en tu vida que no refleja el carácter de Cristo? No olvides que el Señor está siempre dispuesto a perdonar y a darte la fuerza para vivir conforme a Su voluntad.

Oración

“Señor, ayúdame a ser un reflejo de Tu amor y bondad. Que mis palabras y acciones siempre sean un testimonio de Tu gracia. Límpiame de toda apariencia de mal y dame la sabiduría para vivir de manera santa y justa. En el precioso nombre de Jesús, amén.”

Segunda Parte

 “Estad siempre gozosos”

Texto base: 1 Tesalonicenses 5:16

“Estad siempre gozosos."

La Biblia nos exhorta: “Estad siempre gozosos”. Sin embargo, a primera vista, esta instrucción parece difícil de cumplir. ¿Cómo podemos estar siempre gozosos cuando atravesamos dolor, pérdida o aflicción?

El ejemplo de Job es una poderosa enseñanza. Este hombre justo perdió todo lo que tenía: su familia, sus bienes, y hasta su salud. Sin embargo, a pesar de su profundo dolor, Job nunca culpó a Dios por su sufrimiento. Él entendió que, aunque no comprendía las razones de su prueba, Dios seguía siendo soberano y digno de confianza. “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. (Job 1:21).

En nuestra vida diaria, también enfrentamos situaciones que nos llenan de tristeza, angustia o dolor físico. No significa que siempre estemos sonriendo o que ignoremos la realidad del sufrimiento, pero sí podemos tener una certeza profunda: Dios está con nosotros en medio de cada prueba. Él no es el autor del mal, pero sí es nuestra fortaleza para superarlo.

El mundo fue creado por Dios en perfección y armonía, pero el pecado trajo consigo dolor, muerte y sufrimiento. No fue la voluntad original de Dios que la humanidad viviera en aflicción, pero Su amor permanece constante, y Su promesa de estar con nosotros jamás falla.

Sin embargo, como creyentes, no solo enfrentamos el dolor presente, sino que miramos hacia adelante con esperanza. Apocalipsis 21:4 nos asegura un tiempo maravilloso en el que “...no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. Esa es nuestra esperanza: la consumación de los tiempos, cuando el Reino de Dios será plenamente establecido. Mantengamos nuestra fe firme y esperemos con confianza en Su promesa.

Oración

Querido Padre celestial,

Te damos gracias porque, aun en medio del dolor y la dificultad, podemos encontrar gozo en Ti. Sabemos que nuestras pruebas no son eternas y que, aunque no comprendamos todos los porqués, podemos confiar en Tu amor y cuidado. Enséñanos a mantenernos gozosos, no porque ignoremos el sufrimiento, sino porque sabemos que Tú caminas a nuestro lado.

En el nombre de Jesús, amén.

Tercera Parte

 “Orad sin cesar”

Texto base: 1 Tesalonicenses 5:17

El apóstol Pablo nos exhorta con apenas tres palabras, pero que encierran una vida entera de relación con Dios: “Orad sin cesar”.

No se trata de repetir palabras sin sentido ni de encerrarnos todo el día en un cuarto. Se trata de vivir en una actitud constante de comunión con Dios: de saber que Él está, que escucha, que sostiene.

Pero... ¿cómo orar sin cesar? Aquí algunas claves que nos ayudan a cultivar esta vida de oración continua:

  • Seamos humildes al orar. Nos acercamos al trono de gracia, no con exigencias, sino como hijos que confían y descansan en el amor de su Padre.

  • No usamos la oración como un trueque. Dios no es un comerciante espiritual. No le ofrecemos ayuno o plegarias a cambio de favores, sino que nos rendimos ante Su voluntad, sabiendo que siempre es buena, agradable y perfecta.

  • Recordemos a quién oramos. No es a cualquier ser; es al Creador del universo, al Dios eterno, santo, poderoso. Orar con esta conciencia cambia la manera en que nos dirigimos a Él.

  • Oremos con fe. No por mérito propio, sino por la certeza de que Él escucha, responde y actúa en Su tiempo.

  • Usemos palabras sencillas. No necesitamos adornos ni fórmulas; Dios se agrada de la oración que nace de un corazón sincero.

  • Agradezcamos en todo. Aunque estemos atravesando momentos difíciles, el agradecimiento nos mantiene firmes en la esperanza. Aún en medio del dolor, hay razones para dar gracias.

  • Esperemos siempre en Dios. La oración también es espera. A veces, el cielo guarda silencio, pero no porque Dios se haya ido u olvidado, sino porque está obrando donde no vemos.

  • Pidamos fortaleza. Habrá valles de sombra, pero en ellos también se ora. Y allí, el Buen Pastor nos sostiene.

Orar sin cesar es orar con el corazón encendido. Es caminar por la vida conversando con Dios, con confianza, fe, gratitud y reverencia.

Y es en esa comunión constante donde somos fortalecidos, guiados y transformados.

Oración

Señor amado,

enséñanos a vivir en comunión contigo más allá de las palabras.

Que nuestro corazón te busque en lo alto, en lo profundo, en lo cotidiano.

No permitas que la rutina apague el fuego de la oración ni que las pruebas nos hagan dudar de tu fidelidad.

Haznos humildes al orar,

sinceros al hablarte,

y pacientes al esperar en tu voluntad.

Que tu Espíritu nos guíe a una vida de oración constante,

y que aún en medio del valle más oscuro, sepamos que estás con nosotros.

Gracias, Señor, porque tú escuchas, respondes y sostienes.

Y gracias también por esos espacios, a veces sencillos, donde podemos apartarnos para hablar contigo… ya sea en silencio, en medio del ruido, o mientras esperamos en la sala de un consultorio, caminando por la calle o viajando en un colectivo.

Que cada uno de esos momentos se convierta en nuestro Rinconcito de la Oración.

A ti sea la gloria, hoy y siempre.

Amén.

Cuarta Parte

“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad

de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”.

Texto base: 1 Tesalonicenses 5:18

El mandato apostólico de “dar gracias en todo” no es una invitación superficial al optimismo ni un llamado a negar el dolor humano. Es, en realidad, una expresión profunda de la fe madura. Pablo no dice “dad gracias por todo”, sino “en todo”. La diferencia es sutil pero poderosa.

A lo largo de las Escrituras, vemos que la gratitud no nace de las circunstancias, sino de la comunión con Dios. En Romanos 8:28, se nos dice que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. Esto significa que, aunque no comprendamos el “por qué” de algunas situaciones, podemos agradecer porque Dios sigue teniendo el control, y en su soberanía, todo tiene propósito.

El “todo” al que se refiere Pablo incluye tanto la abundancia como la escasez, tanto la alegría como el sufrimiento. Es una exhortación que solo puede vivirse en Cristo Jesús, porque fuera de Él, el dolor solo es caos; pero en Él, el dolor puede tener redención.

 

Esta es la voluntad de Dios, no porque Él disfrute del sufrimiento, sino porque Él se revela en medio de él, sosteniéndonos, formándonos, acercándonos más a su imagen.

Decirle a una madre que ha perdido a su hijo, a un joven herido en el frente de batalla, o a alguien postrado en un hospital que “dé gracias” puede parecer insensible. Pero la Biblia no minimiza el dolor, sino que nos llama a mirar más allá de él, a no quedarnos atrapados en lo que vemos, sino a confiar en lo que Dios está haciendo en lo invisible.

Dar gracias no significa negar el llanto, sino confiar en que Dios llora con nosotros y nos acompaña. Significa reconocer que nuestra vida está en Sus manos, y que aunque no entendamos los motivos, sabemos que Él camina a nuestro lado.

Hay momentos en los que solo podemos decir: “Señor, no entiendo… pero gracias porque estás aquí”.

Y dar gracias en todo también significa aprender a agradecer en lo simple, en lo que suele pasar desapercibido. En nuestra vida diaria, muchas veces damos por sentadas bendiciones constantes: el respirar, el alimento, el poder moverse, el ir al baño, el simple hecho de ver llover tras una ventana. Pero un corazón transformado por Cristo aprende a ver lo invisible en lo habitual, lo sagrado en lo que muchos llaman “rutina”.

Hace años, una mujer judía —Susana Bag— compartió con quien escribe estas palabras algo que quedó grabado para siempre: “Nosotros, los judíos, hasta damos gracias cuando vamos al baño”.

Aquella frase, tan sencilla y profunda, sembró algo que aún hoy sigue dando fruto. Porque sí, también eso es motivo de gratitud. La vida funciona gracias a un diseño perfecto del Creador, y todo lo que parece “normal” es en realidad una expresión de su misericordia constante.

Y cuando llueve, ¿por qué decir que “es un día horrible”? No. La lluvia es el beso del cielo que riega la tierra, da de beber a los árboles, refresca el aire, limpia los techos, y sacia la sed de las aves. Es la mano de Dios que sigue proveyendo a su creación.

Por supuesto, hay quienes sufren tormentas y catástrofes —y no ignoramos ese dolor—, pero eso no invalida el principio: el creyente aprende a agradecer aun cuando el cielo se oscurece, sabiendo que Dios sigue ahí.

Dar gracias en todo no es negar la realidad, sino vivirla con los ojos del alma abiertos a la presencia de Dios en cada rincón de ella.

Hoy quiero hablarle a aquel que está leyendo estas palabras con el corazón quebrado, confundido, o simplemente seco. No te invito a fingir una sonrisa ni a esconder tus heridas, sino a acercarte a Aquel que fue herido por ti.

Jesús no prometió que no habría dolor, pero sí prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). En la cruz, Él cargó con nuestro pecado, nuestro dolor, nuestra desesperanza… y en su resurrección nos dio vida.

Y esta es la verdadera razón para dar gracias en todo: ¡Él venció! Y si estás en Él, también vencerás.

Hoy, abre tu corazón al Señor. Recíbelo como tu Salvador. No hay vida fuera de Él. No hay consuelo eterno, no hay esperanza firme, no hay paz que supere el entendimiento fuera de Jesucristo.

Quinta Parte

 “No apaguéis al Espíritu”

Texto base: 1 Tesalonicenses 5:19

“No apaguéis al Espíritu”

Pablo exhorta a los creyentes con una advertencia breve pero profunda: “No apaguéis al Espíritu.” Esta frase nos confronta con una gran verdad espiritual: es posible sofocar la influencia activa del Espíritu Santo en nuestras vidas.

El verbo "apagar" en griego (sbennumi) se utiliza para describir el acto de extinguir una llama. Así como se puede apagar una vela o un fuego con agua o descuido, también se puede apagar el obrar del Espíritu con actitudes, pensamientos y acciones contrarias a Su voluntad. No se trata de perder al Espíritu —porque quien es verdaderamente salvo, tiene Su presencia como sello eterno—, sino de resistir, limitar o suprimir Su obra en el creyente.

Esto puede suceder cuando desobedecemos Su dirección, ignoramos Sus impulsos santos o persistimos en el pecado. También puede apagarse al Espíritu al despreciar las profecías (verso 20), o cerrarse a Su corrección. En otras palabras, cuando rechazamos lo que el Espíritu quiere hacer en nosotros y a través de nosotros, Su fuego se ve disminuido, y en lugar de vivir con pasión espiritual, terminamos tibios o adormecidos.

¿Te ha pasado que alguna vez sentiste entusiasmo por las cosas de Dios, pero ahora estás apagado, sin pasión, con tu alma estancada? Tal vez aún asistís a la iglesia, orás, leés la Biblia… pero todo parece mecánico. Si eso ocurre, no es porque el Espíritu se haya ido, sino porque algo ha sofocado Su fuego.

 

El Señor no desea que vivamos una vida cristiana apagada o adormecida. Él quiere llenarnos de Su poder, guiarnos a toda verdad, y producir frutos de justicia en nosotros. Pero eso requiere sensibilidad, obediencia y comunión con Él.

Quizás has permitido que el desánimo, la crítica, el pecado no confesado, o incluso una vida agitada te aparten de ese fluir espiritual. Quizás te has vuelto indiferente a Su voz. Hoy el Espíritu Santo te llama nuevamente, con ternura, a encender el fuego otra vez. No te conformes con la apariencia de piedad; pedile al Señor que reavive el fuego en tu interior.

Oración

Señor Dios, perdóname si en algún momento apagué la obra de Tu Espíritu en mi vida. Te pido que soples sobre las brasas de mi corazón y reavives el fuego de Tu presencia. Ayúdame a obedecer Tus impulsos, a amar Tu Palabra, y a vivir con pasión por Jesús. No quiero resistirte ni entristecerte más. Quiero caminar guiado por Tu Espíritu, en santidad, verdad y amor. Reavivá en mí un corazón que arda por Ti. En el nombre de Cristo Jesús. Amén.

Sexta Parte

 “No menospreciéis las profecías”

Texto base: 1 Tesalonicenses 5:20

Comencemos primeramente con el concepto de profecía, basándonos en el Antiguo Testamento.

En el Antiguo Testamento, la profecía era, ante todo, proclamación viva de la Palabra de Dios, y los encargados eran sus profetas.

Estos no eran adivinos, sino mensajeros del Altísimo, encargados de anunciar juicio, consuelo, esperanza y restauración.

Los géneros eran variados:

• Oráculos de juicio y de salvación

• Visiones simbólicas

• Parábolas

• Pleitos del pacto

• Acciones simbólicas (como Isaías caminando descalzo o Jeremías quebrando una vasija)

• Mensajes poéticos cargados de imágenes: fuego, nubes, viñas, pastores, leones, etc.

Sus mensajes incluían advertencias para el presente y también visiones para el futuro: el “Día del Señor”, el Mesías, el Reino venidero, entre otros.

Había una urgencia que los movía: llamar al pueblo a volverse a Dios antes de que fuera tarde.

En el contexto del Nuevo Testamento, la profecía no es solo predicción del futuro, sino también proclamación inspirada de la voluntad de Dios.

Con la venida de Cristo, la profecía no desaparece, sino que adopta una nueva forma.  Jesús es presentado como el Profeta por excelencia, que cumple lo dicho por los profetas antiguos.  Sus enseñanzas, sus denuncias, sus parábolas y su anuncio del Reino están llenos de tono profético.

La profecía ya no es solo para una nación, sino para edificación de la Iglesia.

En su discurso escatológico de Mateo 24 y 25, describe el juicio, la venida gloriosa y el fin de los tiempos con un lenguaje propio del Apocalipsis.  Además, otros también profetizaban en la iglesia primitiva: Juan el Bautista, Zacarías, Ana, Ágabo, las hijas de Felipe, y muchos más.

La profecía era parte de la vida espiritual comunitaria: era el mensaje inspirado proclamado por quienes hablaban movidos por el Espíritu.

Hoy, sigue siendo un don del Espíritu, pero debe ejercerse con discernimiento, bajo la autoridad de la Palabra, y con la mira puesta en Cristo: “Examinadlo todo; retened lo bueno.” (1 Tesalonicenses 5:21)

El problema no es la profecía, sino cómo la recibimos y qué hacemos con ella.

¿Qué significa esto para nosotros hoy?

• No cerremos el oído al susurro del Espíritu.

• Dios sigue hablando, a través de Su Palabra, por medio de personas, advertencias, sueños, predicaciones... ¿Estamos prestando atención?

• La verdadera profecía exalta a Cristo, no al hombre.

• Una profecía auténtica nunca contradecirá la Escritura, ni se usará para manipular, envanecer, ni asustar. Quizás sea para advertir, para estar atentos, estar alertas.

• Necesitamos sensibilidad espiritual para recibir lo que viene de Dios, y madurez bíblica para filtrar lo que no.

 

Oración

“Señor, quiero escuchar Tu voz”

 

Señor amado,

En un mundo de tantas voces,

enséñame a escuchar la tuya.

No quiero menospreciar las palabras que Tú aún estás enviando.

Líbrame de la dureza de corazón,

de la indiferencia espiritual,

o del temor que me hace cerrarme a lo nuevo que viene de Ti.

Dame discernimiento, y un corazón humilde y receptivo.

Que toda profecía que provenga de Ti,

me acerque más a Jesús,

me exhorte, me consuele, me edifique.

Y que yo pueda vivir en obediencia,

esperando Tu regreso con fe viva.

En el nombre de Cristo Jesús. Amén.

Séptima Última Parte

“Examinadlo todo; retened lo bueno”

Texto base: 1 Tesalonicenses 5:21

El apóstol Pablo, en su carta a los tesalonicenses, cierra una serie de instrucciones prácticas con este llamado al discernimiento: “Examinadlo todo; retened lo bueno”. No se trata de una actitud crítica carente de amor, sino de un ejercicio espiritual esencial para quienes desean caminar en la luz de la verdad.

 

El verbo “examinar” (del griego dokimazō) implica probar, poner a prueba, evaluar con criterio. En el contexto de las Escrituras, esto apunta a un análisis a la luz de la Palabra de Dios y con la guía del Espíritu Santo.

 

El cristiano no debe aceptar toda enseñanza o experiencia como válida simplemente por su apariencia espiritual o emocional. Hay falsos maestros, engaños disfrazados de piedad, y emociones que pueden desviarnos si no son evaluadas a la luz de la Verdad revelada.

El mismo Señor Jesús advirtió: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo 24:4-5). Más adelante, incluso añade que se levantarán falsos cristos y falsos profetas que “...harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:24).

 

El libro de Apocalipsis también nos advierte sobre el espíritu del engaño que operará con fuerza en los últimos tiempos, al describir a la bestia, al falso profeta y a los poderes que “engañan a los moradores de la tierra” (Apocalipsis 13:14).

Por eso, el discernimiento espiritual no es una opción, sino una defensa vital contra los tiempos de confusión en los que vivimos.

 

Este mandato se complementa con el siguiente: “Retened lo bueno”. Una vez discernido con la ayuda del Espíritu de Dios, el creyente debe abrazar firmemente aquello que es verdadero, edificante y conforme a la voluntad del Señor.

 

Este pasaje está íntimamente ligado a la advertencia anterior: “No menospreciéis las profecías” (v. 20), mostrando que, aunque no debemos rechazar todo de plano, sí debemos ponerlo a prueba, conservar lo bueno y desechar lo malo.

 

Un llamado urgente al discernimiento cotidiano

Vivimos en una época saturada de información, opiniones y aparentes “verdades”. Desde redes sociales hasta púlpitos virtuales, muchos mensajes circulan en nombre de Dios. ¿Cómo saber qué es bueno? ¿Cómo distinguir entre lo verdadero y lo falso?

 

Aquí entra la importancia de un creyente maduro, que no se deja arrastrar por emociones ni modas pasajeras. “Examinarlo todo” no significa vivir en una duda constante, sino adoptar una actitud de reverencia hacia la verdad y una profunda responsabilidad espiritual. Esta tarea de discernimiento debe estar siempre guiada por las Escrituras, que son la base inmutable donde Dios ha revelado su voluntad.

 

La Palabra escrita es nuestro filtro seguro y la guía que nos orienta desde el comienzo hasta el final en toda evaluación espiritual.

 

Podemos preguntarnos:

 

  • ¿Lo que escucho o leo me impulsa a una vida más santa y consagrada?

  • ¿Está en armonía con la Palabra de Dios?

  • ¿Exalta a Cristo o a un hombre?

  • ¿Me anima a amar al prójimo, a vivir en integridad, o me empuja a confiar más en mi “yo” en lugar de depender del Señor?

Ser cristianos discernientes no es opcional: es una necesidad urgente en tiempos de confusión. Y cuando encontramos lo bueno —un consejo sabio, una enseñanza bíblica, una exhortación santa— debemos abrazarlo, aplicarlo y compartirlo.

 

Oración

Señor, ayúdame a vivir con ojos abiertos y corazón firme. Enséñame a examinar todo a través de tus ojos, a no ser ingenuo ni incrédulo, sino maduro y sensible a tu voz. Que tu Palabra sea mi filtro y tu Espíritu mi guía. Hazme retenedor de lo bueno y discernidor de lo falso, para que viva una fe genuina que glorifique tu Nombre. Amén.

Primera Parte
Segunda Parte
Tercera Parte
Inicio
Cuarta Parte
Quinta Parte
Sexta Parte
Séptima Última Parte

Suscríbete a nuestras novedades
¡Te será de bendición!

bottom of page