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¿Nos llama Dios a salir de nuestra Zona de Confort?

  • Foto del escritor: Rinconcito de la Oración
    Rinconcito de la Oración
  • 22 jun
  • 4 Min. de lectura

Una mirada desde Lucas 9:33 y la vida cristiana en tiempos de prueba


“Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía”.  Lucas 9:33


El relato de la transfiguración de Jesús en Lucas 9:33 nos muestra un momento sublime, donde tres de los discípulos —Pedro, Jacobo y Juan— contemplan la gloria del Hijo de Dios. Jesús resplandece con una luz celestial, y junto a Él aparecen, uno a cada lado, Moisés y Elías, símbolos de la Ley y los Profetas.


Pedro, impactado por la escena, expresa: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías…” (Mateo 17:4). Su reacción revela el deseo natural del ser humano de quedarse en lo seguro, en lo glorioso, lejos de la realidad difícil del mundo.  La idea de “construir enramadas” (refugios temporales o cabañas sencillas) refleja ese anhelo de permanencia en la presencia divina, sin tener que volver al valle de las pruebas.


Sin embargo, Jesús no responde a esa propuesta. En lugar de ello, una voz del cielo afirma: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Lucas 9:35). Luego, cuando los discípulos alzan la vista, ven solo a Jesús. Es un recordatorio claro: debemos escuchar al Hijo y seguir su camino, aunque muchas veces eso implique tomar nuestra cruz y negarnos a nosotros mismos, como Él mismo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23), aunque ese camino implique regresar a un mundo hostil, incomprensible, complicado, y a veces falto de cordura, sensatez y lleno de desafíos, nosotros, firmes en nuestra fe y con los ojos puestos en Cristo, debemos andar con los pies en la tierra, pero con la esperanza anclada en el Reino.


La frase “Toma tu cruz y sígueme” es una invitación directa de Jesús a sus discípulos para que renuncien a sus propios deseos y ambiciones, y estén dispuestos a sufrir por su causa, siguiendo su ejemplo. Implica un compromiso total con la fe cristiana, incluso ante dificultades y sacrificios. Cristo no nos prometió una vida libre de tribulación, sino su presencia en medio de ella: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).


“Toma tu cruz”: la cruz, en este contexto, no se refiere a una carga física o circunstancia específica, sino a la disposición a sufrir y renunciar a uno mismo por amor a Cristo. Aceptar las dificultades y desafíos que puedan surgir en el camino de la fe, dejando de lado los deseos personales para seguirlo.  Y ese tomar su diaria cruz, enfatiza la importancia de seguir el ejemplo de Jesús y obedecer sus enseñanzas. No se trata solo de caminar tras Él, sino con Él y permanecer en él imitándolo en todas las áreas de la vida.


Este episodio nos muestra que el deseo de hacer una enramada, apartándonos del mundo convulsionado y confundido, no es el destino final en esta vida, sino un anticipo de lo que vendrá: el Reino venidero. El llamado del cristiano no es quedarse en la comodidad espiritual, sino bajar al valle, como bien lo expresa el salmista: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmo 23:4), y continuar con la obra que el Padre ha encomendado. Porque Jesús nos dejó un mandato claro: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).

 

Muchas veces, como creyentes, anhelamos huir o mejor aún, no tener ningún tipo de problemas. Quisiéramos hacer “una enramada” con el Señor, refugiarnos en su presencia y no salir más de ese lugar. Le decimos con amor y humor: “Padre quedémonos acá a resguardo contigo y que el mundo siga andando”. Pero nuestro llamado va más allá de la experiencia personal de gozo.

El mismo Jesús no se quedó en el monte. Bajó, y siguió su camino hacia la cruz. Y nosotros, como sus discípulos, estamos llamados a seguirle.


El mundo necesita luz. No fuimos llamados a ocultarnos, pues no "...se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa” (Mateo 5:15). Es cómodo quedarnos en la enramada, pero no es nuestra misión. El Señor nos ha hecho sal y luz del mundo, como enseñó en Mateo 5:13-16.


Si nos escondemos, si nos callamos o nos replegamos, ¿cómo podrá la gente conocer el camino de salvación? Como bien lo expresó el apóstol Pablo: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Romanos 10:14).


Las pruebas, no deben entenderse ni tomarlas como castigo sino forja. El Señor nos moldea como al barro en manos del alfarero. Cada tribulación, cada carga, cada lágrima, puede producir en nosotros fruto de paciencia, mansedumbre, empatía. “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7).


Quizás en este momento estés cansado de las luchas, deseando una enramada donde refugiarte. Pero hay una noticia mejor: el refugio verdadero es una persona, no un lugar y Su nombre es Jesús.


Él te invita a venir a Él, tal como estás. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). No se trata de escapar del mundo, sino de ser sostenido por Aquel que lo venció. Él dio su vida por vos, y resucitó para darte una vida nueva.


Hoy puedes decirle: “Señor, quiero que seas mi refugio, mi guía, mi Salvador. Entrego mi vida a ti”. No hay decisión más segura, ni lugar más alto que estar en Su voluntad.


Que el Señor te fortalezca, te guíe, y te use para llevar Su luz en medio de un mundo que tanto lo necesita.

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