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Cuando Dios se Retira… ¿Quién Habita Tu Corazón?

  • Foto del escritor: Rinconcito de la Oración
    Rinconcito de la Oración
  • hace 15 minutos
  • 2 Min. de lectura


“Entonces la gloria de Yahvé se elevó desde donde estaba el querubín y se detuvo en el umbral de la puerta; y la Casa fue llena de la nube y el atrio fue lleno del resplandor de la gloria de Yahvé” (Ezequiel 10:4)

 

Hubo un tiempo en que la gloria de Dios habitó en medio de Su pueblo.

Primero en el Tabernáculo, luego en el Templo. Su presencia era real, visible, gloriosa.


Pero la desobediencia, la idolatría y el desprecio por Su santidad hicieron que esa gloria comenzara un retiro doloroso, paso a paso, como quien se despide de un hogar que ya no lo recibe.


Años antes, Israel había rechazado a su Dios como Rey.


“Constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” fue el clamor del pueblo a Samuel. Y Dios le respondió con dolor: “No te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8:5–7).


¡Qué triste realidad! El pueblo santo que había sido llamado para ser luz entre las naciones… prefirió parecerse a ellas.


Y hoy, la advertencia sigue vigente.


Somos templo del Espíritu Santo. Somos el remanente redimido por la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo.  Dios ha escogido habitar en nosotros. Pero si nuestros caminos están llenos de orgullo, autosuficiencia, decisiones sin consulta, vida sin adoración, entonces no es Dios quien se aleja… es el ser humano quien lo reemplaza por sus propios ídolos modernos.


Cuando esto ocurre, la gloria se retira.


Pero no todo está perdido. El mismo libro de Ezequiel anuncia esperanza: “Y he aquí, la gloria del Dios de Israel venía del oriente; su voz era como el estruendo de muchas aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria” (Ezequiel 43:2).


Cada vez que nos arrepentimos, cada vez que volvemos a Dios de corazón, Él está dispuesto a restaurar Su presencia en nosotros. La gloria, Su bendita gloria puede regresar.


Dios sigue siendo fiel. Solo debemos elegir sabiamente —como Él nos advirtió en Deuteronomio— entre la bendición y la maldición, entre Su presencia o Su ausencia.


Hoy, más que nunca, necesitamos que Su gloria habite en nosotros.


Pero Su presencia tiene un costo.


Implica obediencia, santidad, entrega, renuncia.


¿Estás dispuesto a pagar ese precio?


¿A rendir tus ídolos, tu orgullo, tu independencia, para que Dios no se aparte de tu vida?


El umbral está ahí…


¿Lo cruzarás hacia Su gloria, o lo verás alejarse una vez más?

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