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Cuando la Gloria Humana se Derrumba

  • Foto del escritor: Rinconcito de la Oración
    Rinconcito de la Oración
  • 19 mar
  • 2 Min. de lectura

Basado en:  Jeremías 9:23-24


“El Señor dice: “Que no se enorgullezca el sabio de ser sabio, ni el poderoso de su poder, ni el rico de su riqueza.  Si alguien se quiere enorgullecer, que se enorgullezca de conocerme, de saber que yo soy el Señor, que actúo en la tierra con amor, justicia y rectitud, pues eso es lo que a mí me agrada. Yo, el Señor, lo afirmo”.


Dios nos advierte en Jeremías 9:23-24 que el orgullo, el poder y las riquezas han sido la caída de muchos. A lo largo de la historia, la humanidad ha buscado enaltecerse a sí misma en lugar de buscar y conocer al único que realmente es digno de toda gloria, honra, honor y alabanza.


Desde antes de la creación de la tierra, Satanás, en su orgullo, quiso igualarse a Dios y fue expulsado de su presencia. El rey Nabucodonosor se enalteció en su poder y Dios lo humilló hasta que reconoció que el Altísimo gobierna sobre todo. Su hijo, Belsasar, en su arrogancia y descontrol, usó los vasos consagrados del templo para celebrar su banquete de placer, sin respeto ni temor de Dios. Esa misma noche, la sentencia divina cayó sobre él y su reino y él fueron destruidos.


El orgullo enceguece, el poder corrompe y las riquezas desvían el corazón. Hoy, al igual que en la antigüedad, vemos a líderes de naciones, empresarios y figuras públicas caer por aferrarse a lo temporal, olvidando que todo lo que tienen les fue dado por gracia y que nada de ello puede sostenerlos cuando llegue el momento del juicio de Dios.


Sin embargo, la Escritura nos muestra el verdadero camino: no enorgullecernos de nuestra propia fuerza, ni de nuestro conocimiento, ni de lo que poseemos, sino en conocer a Dios. Esa es nuestra meta, la única razón digna de ser buscada con todo el corazón. Conocer a Dios nos ilumina en medio de las tinieblas, nos sostiene cuando el camino se vuelve escarpado y nos da una seguridad que el mundo jamás podrá ofrecer. Su justicia, su misericordia y su verdad permanecen para siempre, y aquel que en Él confía no será avergonzado.


El hombre puede alcanzar sabiduría, poder y riquezas, pero si no conoce a Dios, si no busca su voluntad, lo ha perdido todo, es como un faro en altamar en medio de una noche tormentosa pero que no tiene luz no guiará a la embarcación a puerto seguro. Todo lo demás pasará, pero quien pone su confianza en el Señor tiene una herencia eterna.


Si hemos de gloriarnos en algo, que no sea en nuestras fuerzas, sino en que conocemos al Dios vivo, aquel que hace misericordia, juicio y justicia en la tierra. Solo en Él encontramos el verdadero propósito y sentido de nuestra existencia.


¿Y tú, en quién te glorías?

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