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Nueva torre de Babel, misma caída

  • Foto del escritor: Rinconcito de la Oración
    Rinconcito de la Oración
  • 27 abr
  • 2 Min. de lectura



Basado en:  Jeremías 9:23-24

 “El Señor dice: «Que no se enorgullezca el sabio de ser sabio, ni el poderoso de su poder, ni el rico de su riqueza.  Si alguien se quiere enorgullecer, que se enorgullezca de conocerme, de saber que yo soy el Señor, que actúo en la tierra con amor, justicia y rectitud, pues eso es lo que a mí me agrada.  Yo, el Señor, lo afirmo.”


Vivimos en tiempos donde la soberbia y el orgullo humano parecen haber alcanzado alturas nunca vistas. Bajo la apariencia de progreso, ciencia y derechos, muchos buscan erigir una nueva “torre de Babel”, desafiando al Creador, creyéndose autosuficientes, prescindiendo de Dios en todos los ámbitos de la vida.


La sabiduría humana, el poder y las riquezas se exaltan como ídolos modernos, mientras el conocimiento verdadero —el de Dios— es ignorado, despreciado o distorsionado.  Pero el Señor, que no cambia, nos recuerda a través de las palabras del profeta Jeremías que el único motivo legítimo de orgullo es conocerle y entenderle.


No hay otro cimiento firme, no hay otra gloria que permanezca.


En un mundo que corre hacia su propia caída, Él nos llama a regresar, a gloriarnos no en nosotros mismos, sino en su amor, su justicia y su rectitud.


Así como en los tiempos de Babel el hombre quiso alcanzar el cielo por sus propios medios, hoy asistimos a un fenómeno similar.  El ser humano, envuelto en su ciencia, su tecnología y sus conquistas materiales, pretende erigirse como su propio dios, estableciendo sus propias normas y diseñando su propio destino.


En este mundo que exalta el conocimiento humano, el poder y la riqueza como fines supremos, el mensaje del profeta Jeremías resuena con fuerza: el verdadero motivo de gloria no está en lo que poseemos, ni en lo que sabemos, ni en el dominio que creemos ejercer sobre la vida.  El verdadero honor consiste en conocer al Señor, en saber que Él es el único que gobierna con amor, justicia y rectitud.


No importa cuánto avance la humanidad en sus proyectos; si Dios no es el fundamento, todo terminará como Babel: confusión, dispersión, caída.  Hoy más que nunca, mientras muchos edifican torres de soberbia, somos llamados a levantar altares de humildad, a volver nuestro corazón al único Dios verdadero, a gloriarnos no en nosotros mismos, sino en quien nos creó y sostiene.


Que hoy, mientras tantos se esfuerzan por levantar torres que desafían a Dios, nosotros elijamos construir sobre la Roca eterna.


Que no busquemos gloriarnos en nuestros logros, ni en la sabiduría humana, ni en el aplauso pasajero del mundo, sino que nuestro orgullo legítimo sea conocerle, amarle y vivir conforme a su voluntad.


Conocer a Dios es el mayor tesoro, el privilegio más alto, la verdadera gloria.  Que podamos cada día, con humildad y reverencia, decir como el salmista: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra”.  (Salmo 73:25)


Que nuestro corazón se llene de gratitud, no por lo que poseemos, sino por a Quién conocemos.  Y que, a pesar de la soberbia que reina en este mundo, el testimonio de nuestras vidas proclame con firmeza y amor: ¡Él es el Señor!

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